Por Yohali Reséndiz
“Solo quiero que te pasen cosas buenas”, le dije en voz alta a “mi amigo Erick” y ahora comprendo que también lo dije en voz alta en una suerte para que también yo misma lo escuchara.
Un par de días antes de que la vida me presentara a Erick, mi papá había muerto y no sabía cómo iba a enfrentar la vida sin su figura, sus palabras, sus abrazos fuertes y sus besos.
Y cómo por qué no, otra vez después de 4 meses me he escapado a llorar, en el mismo lugar imaginándome que el destino es circular. Me he aparcado y apagado el motor de mi vehículo sólo que ahora llueve muchísimo y no he puesto las intermitentes.
Estoy exactamente en el mismo lugar donde conocí a Erick solo que esta vez no lo encontré ni él me encontró.
La ausencia de papá a ratos me sobrepasa y es normal. He tenido al menos 2 duelos en poco más de tres meses. Lo que sí es que debo contarles que todavía me da vueltas y vueltas por la mente ese momento en el que después de despedirme miré a lo lejos a un extraño perderse en los vehículos y en honor a la verdad, jamás me esperé que la vida de nuevo me lo pusiera enfrente con una situación totalmente extraña y distinta y que unos días después me lo quitara.
He de decirles que jamás le pregunté a Erick cómo es que supo que yo había llorado… quizá me miró los ojos hinchados y las mejillas rozadas por los cientos de lágrimas tibias y cálidas que rodaron hasta empapar una parte de mi blusa… no lo sé, lo que sí sé es que con todo y lo que pudiera pensarse antes de que Erick se bajara de mi vehículo, conocí que el agradecimiento y la emoción que implica la ilusión de la posibilidad de un nuevo comienzo, casi casi como cuando se está tan cerca de lograr el sueño imposible tienen la forma de sonrisa…
Y heme aquí, varada en un inmenso charco con el cielo, llorando junto a mí y entonces pienso en todos aquellos hombres y mujeres que en estos momentos no tienen la fortuna de resguardarse dentro de un hogar y están mojándose.
Pienso en qué les pudo suceder para preferir la calle y pienso en lo difícil que debió implicar mantener esa decisión y que ellos y ellas no deberían ser un asunto ajeno sino nuestro porque nadie está exento de conocer a alguien a quien amemos o que haya la posibilidad de que nosotros mismos tengamos en algún punto de nuestra vida una similitud con la de Erick.
¿Pero y entonces cómo podríamos ayudarles?, me pregunto.
De entrada creo que un buen comienzo sería saludarlos, quizá si se tiene vehículo traer la chamarra que ya no le queda al hermano o aquel pantalón que jamás volverás a usar. Y qué tal esos zapatos que aún pueden ser los perfectos compañeros de ellos o regalarles aquel cinturón que aún aprieta… Igual y usar los puntos de la tarjeta para regalarles una camiseta, qué sé yo, tantas cosas que necesitan y en realidad, su maleta de vida es tan ligera.
Quizá si a veces se tiene el tiempo, apagar el motor del vehículo y dedicar unos minutos a mirarlos sin agraviar (esto es importante) y lograr comprender cuál debe ser ese intenso sufrimiento qué sienten como para solo tener la calle como entrada y salida.
En estos días de serpentear las calles de “la zona de Erick” he pensado en lo importante que es hacernos presentes para ellos con un detalle y sin juzgarlos y tener el valor y ser capaz de aguantar los silencios de esa persona a quien destinaremos ese obsequio.
Las personas de la calle no necesitan que les rescatemos de su dolor sino que comencemos a mirarlos y a reconocerlos.
“Les gusta la calle porque en ella no hay reglas” me han compartido y sí, seguramente para miles y miles ese fue el impulso, sin embargo en la calle encuentran algo peor: la muerte.
¿Dónde estás Erick? ¿Dónde estás?
En estos días que he buscado a Erick, “Dagoberto” pensó que era una especie de trabajadora del gobierno. Ahí lo encontré medio sentado en una banca de cemento
- ¿Buscas a “Leti”? me preguntó.
- No, en realidad estoy buscándolo, le dije mientras amplié en la pantalla de mi móvil la fotografía de Erick.
- Si, hace fibras. Hace tiempo andaba por acá, ya no lo he visto. Pensé que buscabas a Leti.
- ¿Y quién es ‘Leti’?, pregunté
- Era una chavita poblana, llegó chavititita aquí, como de unos 12, ¿nunca la viste? vendía cigarros aunque casi siempre andaba “activa” pero la neta es que se la chingaron del otro lado del puente y la (Dagoberto se llevó las manos al cuello y se lo apretó).
En esta búsqueda, la calle me ha recordado que el amor nos hace sentir felices, pero también el amor puede lograr ponernos intensamente tristes.
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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