Por Yohali Reséndiz
Es muy difícil escribir sobre lo que enfrentan las niñas, niños y adolescentes víctimas de violencia sexual cuando la autoridad que atiende sus denuncias no logra comprender su situación al convivir con su agresor.
A pesar de que se expone pública y periodísticamente a la autoridad que olvida proveer protección y aplicar una legislación eficaz, son estos mismos quienes terminan siendo una tortura silenciosa para las víctimas, sumando sus fallos a las lesiones provocadas por el agresor. Esta negligencia forma parte del maltrato violento y traumático que padecen aquellos que han decidido contar su historia. La lógica indicaría que la primera obligación de quienes atienden los delitos sexuales en las fiscalías debería ser proteger a las víctimas, pero su asfixiante incapacidad y burocracia prevalece. A esto se suma la dureza en sus cuestionamientos y el maltrato hacia quienes merecen solo respeto y acompañamiento por la incalculable valentía que demuestran a sus 3, 5, 6 o 7 años, al enfrentar a su agresor o agresores.
La autoridad regularmente olvida el dolor, maltrato y la afectación psicoemocional y social que causa la #ViolenciaSexualInfantil en niñas, niños y adolescentes cuyos agresores son familiares o padres biológicos.