Por Yohali Reséndiz
He cumplido 19 años escribiendo sobre agresores sin entender qué es lo que detona desde dentro de ellos para ser capaz de cometer actos de violencia en contra de quienes “aman”.
Christian de Jesús Rojas Martínez era estudiante de Medicina del Instituto de Ciencias y Estudios Superiores de Tamaulipas y, hoy que entrego esta columna, sigue prófugo después de tundir a golpes a su novia, quien está ingresada en el IMSS de ese estado y reportada como grave.
¿En qué momento Christian dejó que se esfumara su futuro?
¿A quién o a quiénes ha recurrido para mantenerse escondido, anidando como rata?
¿Qué haría en su lugar si fuese padre de un joven que hoy enfrenta cargos así de graves?
¿Usted, como madre, agravaría la situación acercándole recursos para evadir sus acciones?
Hace 11 años, cubrí un feminicidio que para mí fue un parteaguas en mi carrera.
Luego de apuñalar a Martha Karina, novia y compañera de salón y semestre en la Universidad, la madre del feminicida decidió ayudar al hijo que también echó por la borda un futuro prometedor.
Recuerdo que mi primera aportación al caso fue descubrir que aquella noche, la del feminicidio, era el cumpleaños de Martha Karina. Sus amigos y compañeros le habían organizado una fiesta, solo que nadie sabía que ella ya no tenía vida.
Horas antes, en casa de Martha Karina le habían cantado las mañanitas. Estaban su papá, mamá, hermana, Christian (novio de Martha Karina) y su tío. Luego del pastel, todos salieron de casa y solo se quedaron el tío, Martha Karina y Christian.
Luego de dos meses de relación, Martha Karina decidió esa tarde de cumpleaños terminar su relación con él y le pidió no asistir a su fiesta. Christian tomó el cuchillo con el que habían cortado su pastel de cumpleaños minutos antes y se lo encajó más de 27 veces, con el tío como testigo (él estaba inválido en una silla de ruedas y no podía hablar bien), y escapó.
Después de eso, tuvo el cinismo de llegar a la fiesta de Martha Karina.
La música se apagó.
—¿Dónde está Martha Karina, güey?
—No va a venir, estas manchas —señaló su playera— tienen la sangre de Martha Karina. Miren mis tenis, están manchados, acabo de apuñalarla.
Todos se rieron.
—Ya no mames, güey, llámale que ya venga.
Christian comenzó a pedirles dinero, y una vez que los “taloneó” a todos (juntó 600 pesos), salió del lugar y se encontró a otro compañero que acababa de activar la alarma de su carro.
—Parito, güey, me peleé con mi mamá y me voy a ir unos días, llévame a la central camionera.
—Ya estás, te llevo.
Al llegar a la terminal de autobuses de Vallejo, Christian pidió otro “parito.”
—Préstame varo, güey.
—Solo traigo tarjeta.
—Cómprame mi boleto y yo te deposito.
El amigo de Christian no sabía que estaba ayudando a escapar a un feminicida y le compró un boleto hacia Pachuca.
Todo lo anterior lo descubrí cuando entré al caso, y sin cámara ni viáticos ni nada por decisión de mi entonces jefe de información en Grupo Imagen, yo decidí irme a buscar a Christian… y lo encontré.
La fiscalía del Estado de México llevaba nueve meses en el caso; yo, apenas dos semanas.
Aquellos días y noches fui armando el rompecabezas de cada paso del feminicida y descubrí una gran posibilidad de saber dónde se escondía y no dejé que esa oportunidad me la arrebatara un jefe de información que, por cierto, en su vida había cubierto una nota en la calle.
Jamás voy a olvidar los latidos de mi corazón en mi garganta y oídos al entrar a la habitación donde él dormía.
Ahí estaba la sudadera Timberland manchada de sangre y su emblemática gorra. Al preguntarle a la encargada del lugar a dónde se había ido “mi sobrino”, ella dijo: “trabaja en una heladería en el centro.”
Casi seis horas tardé en dar con ese lugar y ahí, frente a mí, estaba el feminicida.
—¿Me das un helado de chocolate?
Cuando Christian me extendió su mano, nuestras miradas se encontraron. Él supo que yo era la reportera que lo estaba buscando (yo ni idea tenía); un escalofrío recorrió mi columna. Respiré y traté de mantener la calma. Pagué. Christian tardaba en regresarme el cambio y le dije que si no tenía suficiente vuelto así lo dejara, y me di la vuelta, rogándole a Dios que no me ocurriera nada, pues sentía que me iba a taclear para apuñalarme o me iba a asfixiar.
Al llegar a la esquina, llamé a la fiscalía para avisarles.
—Soy Yohali Reséndiz, estoy en Pachuca, acabo de dar con el paradero del feminicida de Martha Karina. Estoy entre estas calles, él está vestido así y así, y el lugar se llama así…
Una voz de una mujer del otro lado de la línea (luego sabría que era la fiscal de feminicidios) me dijo: Claro, mija, solo que hoy es sábado y es mi día de descanso, pero mándame un correo con todos estos datos y entre lunes y martes vamos por él.
Atajé.
—Yo hice casi dos horas en llegar aquí y si no vienen por él, haré público lo que acaba de decirme… está grabada.
La coordinación entre fiscalías fue inmediata y en menos de tres horas, frente a mí, Christian fue detenido y en la noche fue presentado a medios como parte de una estrategia de “inteligencia” de la Fiscalía para dar con su paradero.
Callé.
Meses después, la madre de Martha Karina, la misma que había solicitado mi ayuda para entrarle al caso de su hija, supo la verdad cuando escuchó en una audiencia.
—¿Y por qué cuando le vendiste el helado a la reportera no escapaste?
—Yo sabía que era ella. No me fui porque al verla creí que estaba rodeado. Luego pensé que me estaba volviendo loco porque nadie me detenía y traté de calmarme y luego, fui detenido.
Después de que capturaron a Christian supe por qué piensan algunos que soy una especie de policía y periodista. Y sí, sí he colaborado con algunas fiscalías en la captura de varios agresores sexuales y feminicidas…
De todos los casos que he cubierto, solo en uno pude acercarme a la mamá porque ella, al igual que la mamá de Christian, había ayudado a su hijo también a escapar. Pero cuando iba a ser capturado, él se quitó la vida con el arma con que se defendía y le pregunté:
—¿No era mejor entregarlo?
—Es mi hijo; asesino, secuestrador, violador, lo que sea, es mi hijo y para una madre no hay dolor más grande que mirarse en ellos el fracaso mismo y saber que una les falló.
He leído que científicamente detrás de una mente criminal existe un corazón que late más despacio, en promedio 60 latidos por minutos (en reposo), pero creo que quienes violentan, agreden o les arrancan la vida a quienes aman nunca supieron el valor infinito de tener un corazón.
Simplemente no me cabe en la cabeza cómo se puede destruir lo que se ama…
Las opiniones expresadas son responsabilidad de sus autoras y son absolutamente independientes a la postura y línea editorial de Opinión 51.
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