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Por  Yohali Reséndiz

Apenas podía hablar cuando entraron los paramédicos a rescatarlo; en el departamento no había luz, gas ni tampoco agua.  

La sirena de la ambulancia en la que era trasladado ahuyentaba los carros a su alrededor. La pericia del socorrista para llegar al Hospital Pediátrico de Azcapotzalco logró batir su propio récord. Los médicos se miraron uno a otro y poco les sorprendió: otro más de los crímenes que cometen los adultos contra quienes no pueden defenderse. 

No había mucho que hacer, habían sido muchos días de abandono y por más esfuerzos médicos hay batallas que están perdidas desde que comienzan y esta era una de ellas.

Aquellos sentimientos que son invisibles para los pacientes se reconocieron en la sala de urgencias del hospital, frustración y enojo por no poder hacer más. 

La piel pegada al hueso impedía que la aguja encontrara la vena y aún así una mano hábil fue dirigida  por Dios y el ángel de la guarda del niño pero ya era tarde. El desenlace llegó pronto y a nadie sorprendió.

“Quizá es lo mejor, murió por inanición”, dijo una enfermera. A su muerte el dolor de su alma no paró porque si es verdad que los muertos pueden observar lo que ocurre una vez que el aliento se extingue, miró con profunda tristeza que nadie llegó a preguntar por él ni a buscarlo ni a abrazarlo mientras su cuerpo se entumecía y la frialdad se apoderaba de su corazón. 

Nadie en ese momento llegó salvo quien lo trasladó en una bandeja fría al Instituto de Ciencias Forenses (INCIFO) por las calles de una ciudad que nunca conoció.

Ingresó al edificio, fue conducido por un elevador al piso 3 en un diciembre a punto de terminar. 

Los peritos forenses recibieron su cuerpo. Y fue tratado con dignidad y respeto.  

A simple vista la expresión en su carita se clasificaba como triste. 

El diagnóstico: Neumonía provocada por la desnutrición derivada por el abandono en sus cuidados.

Su cuerpo presentaba Caquexia (una delgadez extrema…Muy extrema) por abandono nutricional debido a su corta edad que, aunque podía por sí mismo suministrar sus alimentos, eso en casa no lo hubo para él. La baja de defensas provocada por la falta de alimento derivó en una infección mortal en los pulmones sobre todo en niños y su cuerpo se dio por vencido.

Hasta hoy se sabe que Olga Idelevich es quién lo dejó morir, pudiera escribir, “la madre del niño, Olga Idelevich es quién lo dejó morir” pero tengo un concepto distinto de una madre. Ella, después del infanticidio consiente tuvo suficiente tiempo para trasladarse al aeropuerto, abordar un avión y huir a Dubái.

El hombre que le aportó su esperma a Olga Idelevich ha sido identificado por la autoridad como Marco Antonio Mijangos Velasco, abogado -también prófugo- fue denunciado en 2019 en materia familiar y aquí valdría la pena preguntarse: ¿qué hizo el Tribunal de Justicia de la Ciudad de México por el pequeño y Olga? ¿Atendieron la denuncia o el abogado pagó el favor para que la justicia no lo alcanzara? ¿Son cómplices del crimen por inacción o serán también como en otros casos, prófugos de la justicia? 

El menor quizá murió sintiendo que no merecía luchar, quizá también se había cansado de sentirse rechazado, devaluado, de la desatención, del abandono y sentir un desamor profundo, quizá a su corta edad cargaba con el peso de ser una gran carga y quizá decidió rendirse y no suplicar por un derecho básico: la alimentación…Quizá…Quizá…Tantos quizá y solo una respuesta que él se llevó en su cofre donde se atesoran los momentos más hermosos de la vida o se registran los peores traumas: la memoria. 

En los hogares del mundo, las paredes sostienen ventanas y puertas, pero también en las paredes se ocultan cables, humedad, plagas, camas, pasadizos, mesas, historias y secretos de familia, retazos de vidas, hebras, con las mejores escenas de felicidad que pueden experimentar los humanos con la bandera del amor ondeando o vivir terroríficas escenas donde los peores sentimientos se anidan y es imposible escapar, aunque la puerta esté tan cerca….

Por cierto, el menor fue sepultado en el Jardín Azcapotzalco en la Ciudad de México y este dramático suceso fue indignación por un par de días en redes sociales.

Ojalá quienes lean esta columna busquen los rostros de los responsables Olga Idelevich y Marco Antonio Mijangos Velasco, y los compartan en sus redes sociales. 

La Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México los busca pero desde el escritorio no creo que los encuentren, así que una buena difusión social y congruente ayudaría mucho a enviarles un mensaje: No serás un prófugo más.

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