Por Yohali Reséndiz
En los últimos años, la latencia del volcán Popocatépetl ha sido parte de nuestro día a día de los mexicanos. Los cambios de temperatura y la explosión de lava, su magnífica leyenda y la vista majestuosa de su grandeza y forma, bañada de nieve que gozan cada mañana quienes habitan el oriente de la Ciudad de México, Morelos, Puebla y una mínima parte de Pachuca, así como la postal de las fumarolas durante el día que se elevan a cientos de kilómetros hacia el cielo mientras los rayos de luz del sol parecen impactarse por unos segundos, logran que muchos no le teman a “Don Goyo”.
Pero cuando se tiene una única oportunidad de estar a unos cuántos kilómetros y ser testigo en primera fila del nivel de alerta técnica de la actividad de un volcán activo, esa misma imagen sublime a distancia se vuelve terrorífica.