Por Yohali Reséndiz
“¡No qué vamos a desayunar, espérate a las 2 de la tarde!. Hasta que no nos terminan de bañar a todos y a todas, pero solo eso es cuando ustedes vienen. Antes, desayunábamos a las ocho de la mañana o nueve, desayunábamos y almorzábamos, había bolsas de pan y lo primero era el almuerzo y comíamos el pan y repetíamos el plato de sopa o el atole y andábamos bien. Ora no. Ora es una y dos tortillas y ya”, me dice Nancy mientras la ayudo a levantarse de su cama porque la van a bañar.
Yo lo vi, nadie me lo puede contar, estuve en la cocina de ese lugar, frente a la estufa había tres cacerolas tiznadas y dentro una especie de engrudo que el dueño del lugar, dice que es atole. En otra cacerola, la más pequeña, apenas alcanzaría para 8 personas, un revoltijo de huevos con frijoles negros, los más baratos porque los frijoles bayos, la lenteja, habas, carne, avena, gelatina no es para ellos. En una tercer cacerola de aluminio hay sopa, sin pollo, sin caldo, la munición revuelta con tallarines, hinchada de tanto hervir y el poco líquido que se asoma cuando hundo la cuchara es de un color amarillo intenso porque Matías, el cocinero, utiliza muchísimo consomé para darle un poco de sabor.
He llegado temprano a este lugar en el que al entrar leí una placa: Albergue, ayudando una vida, asociación civil y se localiza en el municipio de Ixtapaluca, Estado de México.
Al entrar frente a mi, hay una habitación enorme en “L”, mientras camino, una a una voy contando las camas enanas de metal y en las cabeceras leo nombres: Marcos, Daniel, Julia, Carmen, Víctor, Antonio, Tomas, Juan…son 32….
A pesar de que utilizo cubreboca, el hedor me provoca náusea. En el piso en cada cama de los hombres hay botellas de suavitel transformadas en un embudo que es lo que utilizan ellos para orinar cada noche. Ellas no tienen botellas de esas, primero porque son poco funcionales y como muchas no pueden levantarse por sí mismas, optan por lo más fácil, orinarse en la cama porque los pañales que son donados, dicen que no son usados para este fin.
¿Cómo te llamas? Me han preguntado. “Susy”, les he dicho, no puedo revelar que me llamo Yohali Reséndiz y que soy periodista y que he entrado ahí para documentar aquello que me han denunciado por correo y que ellos viven todos los días.
He decidido entonces tender camas, me explican que lo primero es revisar que no estén mojadas esas colchas viejas y pesadas con las que les quitan el frío, luego hay que revisar que las cobijas no tengan excremento de la noche. Además debo asegurarme que el colchón quede limpio y es necesario usar cloro.
Al levantar una cobija, encuentro sin saber el tesoro de Julia, es una galleta arcoíris mordisqueada y dura que voy a tirar pero al momento de hacerlo ella me grita: ¡No!, es mi galleta, no la tires porque en la noche tengo hambre. El hedor me provoca de nuevo nauseas.
Las 5 enfermeras, -yo incluida-, que han llegado para cumplir con sus actividades, se reparten las tareas, un par se dedica a bañarlos y otras dos a buscar la ropa entre un montón prendas regaladas que está en él área de lavandería. Les he pedido acompañarlas y entonces me dirigen a un espacio grande con unos anaqueles en las paredes y montañas de ropa sucia y dos lavadoras viejas. Las enfermeras comienzan a tomar lo que requieren y yo observo, este le va a quedar a Vicente, y este a Sofía, y así hasta encontrar ropa para ellas y ellos.
Conforme extienden la ropa pregunto de dónde la han sacado y me responden: Son donaciones ¡Ah pues son terribles!, les respondo.
Miro entonces, el abrigo sin botones o la chamarra manchada de cloro, o aquel suéter que no calienta o el vestido que a nadie nunca en la vida le gustaría ponerse, ropa basura que las personas donan para con ello vociferar a los cuatro vientos que son caritativas.
Pero,¿ qué es la caridad?¿ Dar lo que a uno le sobra? ¿Regalar la basura nuestra a quien sí le daría un uso? ¿Eso es ser caritativa? Es pregunta.
Conforme van pasando los minutos, mi olfato se va acostumbrando al orín y a la mierda, al cloro pero mi vista se resiste a los cuadros de miseria que enfrenta cada adulto mayor ingresado en ese lugar.
Ahí en una esquina, está Vicente hundido en la silla de ruedas y en sus pensamientos, añorando morir, negándose a recordar o quizás aceptar que sus hijos lo botaron por ser un papá desechable.
¿Cuántos hijos tiene? Cuatro, ¿Vienen a verlo? Dejaron de venir, antes venían a dejarme al menos un litro de leche, hoy ya ni eso.
Luego una imagen llama mi atención… Ahí en una cama casi a la entrada ha llegado con el cabello mojado y ya peinado una viejecita. Camino hacia ella, me ha obligado a calcularle su edad: le he dicho que tiene 70 años y he adivinado. Hemos reído juntas. Me llama la atención que algo quiere hacerse en el cuello pero el temblor de las manos y la poca fuerza, le impide lograrlo, entonces, le tomo la mano y le pido que me deje ayudarla y ahí, suelta en mi palma derecha una botella diminuta con apenas unas gotas de perfume, le roció el cuello mientras ella cierra sus ojos, ambas nos miramos, y ahí se me quiebra….
- “Estaba yo pagando mi renta cuando llegó mi hija con su marido y me sacaron a la calle y no pude pagar porque me quitaron el dinero y me sacaron para afuera, me dejaron en Reforma, ni como hacerle y ya llegué acá”, me dice Carmen entre sollozos y un gran pesar.
Y entonces pienso: ¿Qué tiene un hijo en el corazón para deshacerse de una madre o de un padre?. Es antinatural, ¿tienen derecho a deshacerse de los padres? ¿Está bien? ¿Está mal?
Y pienso en aquella frase: cría cuervos y te sacarán los ojos.
El reloj marca las 10:30, en el patio después de bañarse la mayoría, van arrastrando su silla mecánicamente y ocupando un sitio, ninguno se habla, parecen desconocidos, solo algunos han logrado vincularse y se les ve cómodos pero el cuadro es triste, realmente terrible, atormenta ¿En qué momento un adulto mayor decide hundirse y soltarse a sí mismo a la soledad donde ni ellos se soportan y ya ni siquiera las moscas las alejan de sus rostros ni de sus cuerpos porque ya ni siquiera les importa?, respiran si, pero no se mueven, ahí cada uno ocupa un espacio sin tener un lugar en el mundo ni en un hogar ni con una familia ni en un espacio ni en un corazón ni en un sueño compartido…
Porque como bien me explicaron hace unos días, esto no es mi responsabilidad, denunciar periodísticamente lo que miré no cambiará su situación y no puedo hacer nada para que sea distinta, porque claro, las autoridades del DIF del Estado de México visitan y continúan palomeando lugares como este donde no hay calidad de vida para las personas y las denuncias que he hecho a lo largo de los años siempre o casi siempre han tenido un final feliz o al menos una solución buena para ellos… pero algo pasa con los funcionarios de esta administración, primero porque no son sensibles y mucho menos capaces de poner fin y regular estos lugares.
Y sí, hoy sé que siempre habrá hijos que abandonen a sus padres y que hay quienes sí son responsables de esta situación que enfrentan ….
Terminaré contándoles, que estando en ese lugar, una manita salió de una cobija y me decía: Ven, obedecí y me acerqué. Una mujer llamada Julia tenía frío porque estaba mega orinada.
- Por favor, ¿podrías comprarme unas calcetas? Tengo mucho frío… su mano tocó la mía y era una paleta de hielo.
Entonces, pregunté:
-¿Dónde están las calcetas para ellos?
-No, aquí no usan ni ropa interior ni calcetas, me contestaron.
Y le pregunté:
- ¿Aceptarías mis calcetas si me las quito? Entonces Julia me sonrió, y procedí.
Y luego una imagen. Un joven de no más de 20 años estaba sentado al sol y junto a él un hombre mayor, mucho mayor, al joven le acababan de regalar un carrito de metal y estaba feliz, así se veía, entonces una de las enfermeras se me acercó y me dijo:
- ¿Ves, al hombre que está junto a él?
- Si, respondí ¿Es su papá? Pregunté.
-No, no son nada, pero ese señor ha abusado sexualmente de él y aquí nadie ha hecho ni dice nada….
Pero eso no es mi responsabilidad. Entonces, ¿de quién es?
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