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Por Yuriria Rodríguez Castro

Cuando se llega demasiado tarde a la escena del crimen o se quiere ocultar lo mucho que esta puede mostrar, se le arrancan las evidencias y los hechos que presenta, esta escena del Rancho Izaguirre por su contaminación y carencia de interpretación histriónica, pasará a la historia como la más vergonzante en comparación con San Fernando y Ayotzinapa.

¿Pero qué necesita la escena para hablar, para ser una escena del crimen que nos permita entender y explicar hechos o hallazgos? Requiere análisis criminológico, pero el Rancho Izaguirre es un cascarón vacío, es el entarimado escénico sin acción ni objetos, ni siquiera es un guión poco creíble.

Estamos ante la escena múltiple: es una fosa común, es un crematorio de exterminio, es un centro de reclutamiento para entrenar elementos, es un centro de adoración a la Santa Muerte, es un laboratorio de productos químicos corrosivos que pueden servir para la eliminación de restos o para la producción de drogas: el Rancho Izaguirre es visto como un centro de atractivo que frivoliza la violencia de una organización criminal, pero tal vez ni siquiera sea la escena del crimen principal puesto que está ligada a otras rancherías inexploradas aún como La Vega o El Carmen. Incluso, el Izaguirre es un rancho que no está señalizado en su totalidad, pues las marcas forenses sólo delimitan zonas con banderas azules y amarillas, posiblemente tipo de evidencia en restos humanos diferenciados como óseos y ceniza, o tipo de evidencia entre restos humanos o substancias. En todo caso falta la interpretación forense.

Para todo caso de escena o de escenas dentro de otras, se recomiendan los marcadores numéricos porque van explicando los hechos o el orden de los hallazgos.Cuando los hechos son entrópicos, indistinguibles en una línea de tiempo por su concurrencia o simultaneidad, también por la imprecisión de su relevancia, el criminalista o criminólogo debería tener la capacidad para definir ante qué escena está, si domina el hallazgo o el hecho. Aquí habrá que aclarar que muchas veces no coinciden entre sí, como pasó en Ayotzinapa, una escena más clara que la del Rancho Izaguirre, pues era muy notorio que la escena dominante era la de hallazgo, pues las escenas de hechos ocurrieron en distintos espacios antes de descubrirse el basurero de Cocula. 

En este caso, se pudo explicar una secuencia de escenas hasta la escena central del hallazgo, lo mismo pasó en San Fernando, donde la colocación de los restos humanos nos indican que ahí mismo los asesinaron. Pero el caso del Rancho Izaguirre es totalmente ilegible comparada la escena con Ayotzinapa o San Fernando, pues las señalizaciones delimitan lugares donde se encuentran evidencias que no sabemos si tienen un carácter probatorio o no, todavía más, no hay marcadores numéricos que nos indiquen ya sea el orden de hallazgo o de posible hecho, los trabajos forenses se quedan en la inutilidad si no pueden explicar el hecho, si no pueden hacer hablar la escena, si no pueden dar voz a los desaparecidos a través de la misma, tal como lo sugiere Raúl Zafaroni en La cuestión criminal, sobre la necesidad de que estos trabajos forenses hagan emerger la voz de la acción criminológica.

Esta escena del crimen es el cascarón de unos hechos que no han sido contemplados y por eso es la más grande vergüenza en la historia de la criminología en México, superando por mucho el desaseo de San Fernando y de Ayotzinapa. Este Rancho Izaguirre, de no despejar sus muchas incógnitas, trascenderá el terror de la desaparición y el exterminio, así como también se habrá desaprovechado una gran oportunidad para entender el funcionamiento del Cártel Jalisco Nueva Generación.

Fotografías: Yuriria Rodríguez Castro
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